Dienstag, 27. März 2012

ACHIQUÉ

Por: Maurilio Mejía Moreno

     En una comarca lejana y solitaria de La Merced vivían dos esposos que tenían dos hijos, siendo mujer la mayor. Época hubo en que esta pobre pareja fue víctima de la hambruna que desatóse, despiadadamente, por toda la comarca, por lo que, un buen día, dejando a sus dos pequeños en casa, salieron de este lugar en busca de víveres.
     Después de largos días de triste ausencia volvieron de noche a la casa llevando solamente algunos granos de maíz que, de inmediato, como estaban tan famélicos y casi exánimes pusiéronse a tostar, sigilosamente, para no despertar a sus hijos que dormían agónicos de hambre en uno de los rincones.
     Prendida que estuvo la candela, buscaron la callana y el “chaspi” dialogando en voz baja, de esta manera:
     – ¿Dónde está la callana? –preguntaba el esposo.
     – ¿Dónde está el “cashpi”? –preguntaba la esposa.
     El hijo varón entendió estas interrogaciones a pesar de ser callanditas y, al reconocer la voz de sus padres, desde su lecho contestó con trémula y agonizanze voz, diciendo:
     – Yo veo la callana y el “chaspi”, mamita.
     Los padres juzgaron inoportuna esta intervención, por lo que, impacientes y coléricos, determinaron llenar a los chicos en una “shicra” para llevarlos a arrojar por un inmenso y profundo precipicio. Así lo hicieron. Pero Dios quiso que felizmente la “shicra” se quedara prendida en las espinas de una mata tremenda de “keshke” que había en los laderales del despeñadero inaccesible en donde los hermanitos, de momento en momento, gritaban agónicos pidiendo auxilio. Nadie podía entrar en aquel sitio. Sólo alguna ave podía volar y llegar hasta allí. Y, justamente, esa ave fue el cóndor que, por casualidad, pasaba por allí, oyendo los quejidos clamorosos de los niños que le decían:
     – Tío Cóndor... Tío cooondooór... Sáquenos... Salvanoooós...
     El gigante rapaz compadecióse de las desdichadas criaturas pues, cogiendo la “shicra” entre sus garras poderosas, sacó hacia una inmensa pampa donde la dejó, y los niños, al patalear libremente en tierra plana, rompieron la “shicra”, liberándose.
     En seguida los pequeños fueron andando por el camino que pasaba por la pampa y llegaron a una choza abandonada en la que encontraron, tras del fogón sin candela, algunos granos de maíz y trigo crudos. Quisieron tostarlos, mas no hubo tiesto, ni candela, ni “chaspi”. Y, al momento, vieron a lo lejos el humo que salía de la cueva ófrica. La hermana mandó a su menor a buscar la candela y el tiesto. Este, obediente, se fue corriendo y llegó a la cueva humeante donde halló a una vieja mujer que le dijo llamarse Achiqué, aparentemente buena, caritativa y que, a su vez, dijo ser tía de ellos, y, en consecuencia, les obligó ir a estar con ella en su casa. Agradecidos se recogieron allí los dos hermanitos. En la tarde la vieja les dio de comer los duros “collushtus” hervidos; ellos no pudieron comer nada, aunque el hambre les mataba. En cambio, la vieja comía envidiablemente como a la papa sancochada al extremo. Los niños quedáronse maravillados de la tía de tan raras costumbres. Y, en la noche, para que duerman les dio un solo pellejo chico de carnero. No pudieron dormir. El menorcito lloraba de frío. Entonces la tía dijo que él fuera a dormir con ella, a lo que accedió la hermanita.
     Pero a medianoche el chico empezó a quejarse lastimeramente; la chica se dio cuenta que era la voz de su hermanito, y se atrevió, con sumo respeto, preguntó a su tía, diciendo:
     – Tía, ¿qué le pasa a mi hermanito?
     – ¡Nada! –contestó la vieja con energía y callóse la chica. Sin embargo, el hermanito seguía gimiendo, diciendo esta vez:
     – ¡Achachau!... ¡Achachau!
     La hermanita otra vez preguntó, en esta forma:
     – ¿Qué le hace Ud., tía, a mi hermanito?
     – Yo no le hago nada. Sólo los pelos de mi sexo le hincan –le remató con cólera.
     Al fin cesó el quejido y la hermana quedóse tranquila creyendo que su hermano y su tía quedábanse dormidos. Pero... pero había sido que a esa hora, con lentitud asombrosa, había terminado de matar a su hermano cortándole el cuello con “sequis”.
     Cuando amaneció la chica preguntó por su hermano, y la tía le contestó:
     – Tu hermano no es haragán como tú. El ha ido temprano al campo a cazar perdices y palomas. Ya debe estar de vuelta.
     Dicho esto dirigióse a su cocina donde tenía una “asuana” en la que hervía algo que la chica ignoraba. Y, como la sobrina preguntaba cada vez más insistente por su hermano, la viejucha pensó que ella fuera a traer agua con una canasta. Aunque, apenada, obedeció la orden yéndose al puquio del que no pudo sacar agua. Padeció mucho. Ingenió ponerle hojas de “chuchokora” a la canasta. También cubrióla con barro. Mas no pudo. Era imposible. Se pasó casi toda la mañana en este afán. Por fin decidióse volver donde la tía a decirle que era imposible llevar agua con la canasta. Entonces, la vieja ordenó que mejor se quedara en la casa a moler ají, mientras ella misma iría al puquio a traer agua. Luego se echó a correr encargando al “wechó” para que le silbara en caso que la sobrina abriese la olla hirviente. ¡Cuidado que no me avises! le dijo al animal, y se fue.
     Empero el “wechó” contó a la niña de que en la “asuana” estaba hirviendo el cuerpo de su hermano, le aconsejó, a su vez, para que lo sacara y lo metiera allí el de Bernavita, hija de la vieja Achiqué. Además, le dijo que partiera de viaje llevando el cuerpo cocido de su hermano. La muchacha cumplió todas las órdenes del ave. Se fue cargándolo todo en una lliclla roja, y cuando ya iba a dar vuelta a una cumbre lejana, el “wechó” silbóle a la vieja Achiqué, quien, para esos instantes, estaba peinándose tranquila en la fuente sin haber llenado todavía el agua en su canasta. Y, al oir el silbido del encargado, corrió, desesperadamente, dejándolo todo. Pronto estuvo en su cocina, pero, como la “asuana” estaba hirviendo así como la dejó insultó al “wechó” por “kara chupa” y mentiroso, y se regresó tranquila por el agua.
     Trajo el agua, pero al llegar a la casa no encontró a la sobrina; creyó que estaba jugando en el huerto con su Bernavita. Tuvo hambre y empezó a comer el cuerpo de su sobrino que todavía estaba medio crudo. Lo aderezó con el ajicito y comió hasta saciarse. Luego llamó a su hija, diciendo:
     – ¡Bernavita! ¡Bernavita! ¡Bernaaa...!
     – ¡Mamá! ¡Mamá! –contestó desde el estómago de su madre. La vieja no supo ni qué hacer. Sorprendida se puso de cuclillas queriéndo defecar. Quiso evacuar lo que había comido, porque dióse cuenta que lo comido era su Bernavita.
     Estando en este afán vio que la sobrina ya se ocultaba por la cumbre lejana y, desesperada, se echó a correr a vuelo del pájaro.
     La niña dio vuelta a la cumbre y encontró a un viejo “añas” a quien le dijo:
     – Tío “añas”, escóndeme porque Achiqué me persigue.
     El animal contestó:
     – Bueno, pues. Ven –y la metió en su escondrijo sentándose en la puerta de éste.
     Allí llegó Achiqué preguntando, en esta forma:
     – “Auquis añas”, ¿has visto pasar por acá a una chica con lliclla roja?
     – ¡No! No la he visto, porque he estado ocupado escarbando en mi huerto –dijo el apestoso animal. La vieja le refutó, diciendo:
     – ¿Y qué es lo que está en el hueco?
     – Son mis trapos –respondió el “añas”.
     – Quiero verlos –exigió Achiqué.
     En ese instante el zorrillo lo roció con su orina nauseabunda dejando a la vieja ciega por más de media hora. Mientras tanto la chica huyó llegando donde un zorro que echado estaba en una pampita de una quebrada, y le dijo:
     – Tío “atok”, escóndeme que vengo perseguida por Achiqué.
     – Ven, hija, ven –le dijo el astuto animal y cuando llegó la escondió entre sus patas. Allí llegó Achiqué y le preguntó así:
     – Ladrón “atok”, ¿has visto pasar por aquí a una chica que lleva un atadito en lliclla roja?
     – ¡No! –respondió enojado el zorro astuto.
     – Pero, ¿qué es lo que tienes entre tus patas? – insistió Achiqué.
     – Son mis ponchos –dijo el “atok”.
     – Quiero verlos –replicó Achiqué y se acercó chocándose con que todo era trapo. El zorro aprovechó el momento para deshonrar a la vieja dejándola desmayada. Y aprovechando de este momento la chica se escapó y encontró en otra quebrada a un “luicho” hembra a quien, también, le suplicó para que, por favor, le ocultara. El rumiante la escondió dentro de sus patas.
     Achiqué se presentó preguntando por la chica, pero el animal contestó que no la había visto.
     – Veo que está dentro de tus patas –dijo la vieja.
     – ¡No! Son los pañales de mis crías –respondió el “luicho” hembra.
     Achiqué se acercó diciendo que quería ver, y el cornúpeta le dio soberanas cornadas hasta que la niña pudo escaparse llegando, esta vez, donde un cóndor que estaba sentado sobre una peña, a quien le rogó porque le escondiera y éste le ocultó entre sus alas soberanas. La bruja Achiqué se presentó preguntando por la chica y el rey de las aves contestó:
     – Yo no la he visto porque he estado ocupado tocando mi pincullo.
     – ¡No! Está dentro de tus alas, so “kala cunca” cóndor –lo insultó al ave.
     – Ven, entonces, búscatela –dijo el viejo cóndor amargado.
     Cuando llegó la vieja le dio tremendos aletazos dejándola desvanecida. Entretanto la muchacha logró escaparse y llegó donde un viejo tejedor quien le ordenó que el cadáver de su hermano lo llevaran en una “asuana” recomendándole no abrir cuando pasara el primer cóndor, sino el segundo; pero la chiquilla abrió, equivocadamente, apenas pasó el primer cóndor; pues estaba tan nerviosa debido a que el tejedor habíale dicho que si abriera después del paso del segundo cóndor, hallaría a su hermano tan sano como estuvo. Cuando abrió la muchacha se sorprendió al ver que de la “asuana” salía un “pichis” lanudo. En esas circunstancias se presentó Achiqué migueleando al tejedor para comérselo; pero éste le mandó pasar a la cocina a prender la candela. La bruja entró rápido y del tejedor recibió varias semillas de ají para que, una vez prendida la candela, echara al fogón. En cuanto entró la bruja a la cocina, el dueño cerró la puerta dedicándose reposadamente a tejer en su ruidoso telar. En cambio, la perversa vieja empezaba a gritar a voz en cuello, ahogándose con el humo y con el olor picante de las pepas del ají. Al fin salió de la zorrera y se dio cuenta que no había nadie, ni el tejedor, ni la chica, ni el pichis. Pues la muchacha había fugado cargando al pichicho, y, al ver que la vieja le seguía y ya estaba cerca, subió a una peña e insistentemente llamó a San Pedro pidiendo que le soltara una guasca. Escuchóle San Pedro y le soltó un cordón de oro y la chica empezó a subir al cielo con su perrito a la espalda desapareciéndose en el infinito azul ante la mirada asombrosa de Achiqué.
     Entonces, la maldita bruja Achiqué también subió a la peña y gritó:
     – “Kala peka” San Pedrooó... Suelta para mí, también, el cordel de oro.
     El apóstol le soltó una “shacta” larga y delgada con un pericote al lado. La vieja echando mil venablos subía al cielo. Y el ratón, apenas comenzó a ascender, empezó a roer la pita, y, poco a poco, fue comiendo. la bruja dióse cuenta y gritó:
     – “Auquis ucush”, ¿creo que estás comiendo mi soga?
     – ¡No, vieja! Yo como mi bizcocho quemado y duro.
     – ¡Ah, ya! –dijo la vieja astuta. Pero cuando ya iba a asirse de la puerta del cielo, por donde había entrado sus sobrina, el pericote cortó la soguilla. Para qué, ¡Dios mío! Pues Achiqué se vino al suelo, gritando así:
     – ¡A la pampa...! ¡A la pampa...! ¡A la pampa...! ¡Quítense espinas! ¡Quítense piedras! ¡A la pampa...! ¡A la pampa...! ¡A la pampa...! Dándos volteretas maravillosas en el espacio llegó a dar a la punta más filuda de una inmensa peña de la cadena de cerros donde se estrelló reventando como una bomba fantasmal y estruendosa, y su sangre se desparramó por todas las montañas del mundo originando así el eco que hay en todas las rocas de los cerros desde donde nos imita cuando hablamos, cantamos, tosemos, etc.
     Mientras tanto la sobrina de Achiqué llegó al cielo y se presentó ante Dios a quien le confesó toda su historia en este mundo. Compadecido, Dios ordenó que a su perrito lo llenara en un baúl de oro y que esperara su orden para abrirlo. La criatura quedóse asombrada y esperó con paciencia contemplando el Paraíso, y cuando Dios dio la orden corrió y luego abrió. Pero, ¡oh, qué sorpresa!
     Se dio con que en el baúl de oro su hermano estaba durmiendo elegantemente y al instante se despertó y se levantó tan sano como estuvo en la Tierra. Ambos hermanos se presentaron ante Dios, quien les colocó en la gloria para que allí vivan eternamente felices.

(Tomado de “Estampas y Cuentos de mi Tierra”, Tomo I, 1986, Aija-Peru)