Dienstag, 1. Januar 2013

VIAJE A RANCHÍN

Por: Maurilio Mejía Moreno

A cinco horas y media de viaje desde Aija, se encuentra el caserío de Ranchín del viejo distrito de Huayán, que ahora pertenece a la nueva Provincia de Huarmey.

Habiendo salido del barrio de Rokna de Aija, a las 8.30 a.m., estuve en Colca de Succha, a las once de la mañana, hora en que un gallo negro papaleó y luego cantó en el patio de una casa de campo ubicada en la parte superior izquierda de la nueva carretera de Huarmey al puente de Huacllán desde donde, ahora, se viaja sólo por la carretera en construcción hasta el desvío de Akop adonde llegué, exactamente, a las doce del día para desviarme a Ranchín por el lado izquierdo de la carretera.

Al recorrer este trecho de la carretera; es decir, desde el puente de Huacllán hasta Akop, vi, con desconsuelo, algunos sectores del antiguo camino de herradura de Aija a Huarmey, que iba casi junto y paralelo al río Aija, y por el que anduve muchísimas veces. Tuve un profundo pesar al verlo desde lejos a tan abandonado, destruido y casi borrado camino de más de cien años de servicios.

El sol de mediodía demasiadamente ardía. Sin embargo, viajé muy divertido, ora cantando mis versos, ora silbando las notas del agunos cantos, y así llegué a Akop de donde me desvié para Ranchín subiendo por una senda guijarrosa, pendiente, resbaladiza y estrecha, a la vuelta de varios años de mi última visita a Ranchín querido.

Sudoroso y siempre alegre arribé a la silenciosa cumbre de Huayarma, a 2,655 m.s.n.m. desde donde distinguí a Ranchín casi en toda su extensión. Aquí suspiré hondamente recordando de las veces que por allí pasé, hace años tras los asnos con carga de maíz, otras atrás de un solo asno, como esta vez, que fui tras de mi Capulina, cuando llevaba semillas de maíz y de papa para que en Ranchín sembraran los familiares de mis padres.

Siguiendo mi viaje a Ranchín, pronto pasé por la pequeña cresta de Callana Churca desde donde observé a plenitud la hoyada de más declive y larga de Llipllac Ruri formada por los arroyos de las lluvias que han originado una zanja larga y estrecha que no sabemos desde cuándo. Aquí fue que, entrando propiamente a Llipllac Ruri, arriba, a mi lado izquierdo, en un promontorio rocoso, suspendido en la inmensa ladera silenciosa, ladró un perro sorprendiéndome sobremanera, y, difícilmente, distinguí a trece cabras que, reunidas en aquel pequeño promontorio, rumiaban echadas. Al verlas, inmediatamente, me recordé de las cabras de mis padres que pacieron en los prados de Romero y Taurimpa, y de las cabras de los Montes Pirineos de Europa, que leí en la obra “Leyenda de los siglos” del romántico francés Víctor Hugo.

El caminillo de Llipllac Ruri, apenas de 0.20 de ancho, alárgase, serpenteante, por las faldas de esta empinada montaña. Debido a la angostura de esta vía, por aquí se camina cuidadosamente porque, de lo contrario, uno puede rodarse como la pelota hasta llegar abajo al río Aija que, desconsolablemente bramando, baja por la profundidad de Hueca y Hualli Ruri.

Al fin, a las dos de la calurosa tarde, llegué a Ranchín, exactamente, en cinco horas y media, encontrándome allí con mis sobrinas Anatolia Camones Anaya y Guadalupe Manrique Oncoy.

RANCHÌN es un caserío del distrito de Huayán. Se encuentra entre 2,500 a 2,800 m.s.n.m., rodeado por los cerros de Tzintzac Punta, Apu Chincha y Yuraka Huanca al este; Carquínpunta y Sanchiquilla al sur; río Aija al noroeste, norte y oeste; y los lejanos cerros de Pecap y Pishkopunta al oeste; Huéllac, Manllashpunta y Mulluhuanca al norte.

Ranchín tiene clima muy templado y sus habitantes se dedican a la agricultura y ganadería desde muchísimos años atrás. Crían vacunos, ovejas, asnos, caballos, mulos, aves de corral, cabras, etc. y sus tierras producen: maíz y trigo en buena cantidad y mejor calidad. Es zona eminentemente maicera y triguera. también produce frijol, ají, habas, cucurbitáceas, ajos, cebollas, alfalfa, camote, tunas, nogales, etc., que son productos propios de la zona y del clima. Tiene más de 200 habitantes. Cuenta con una escuela, desde muchos años, y una iglesia y el local comunal en construcción. Después del sismo del 31 de mayo de 1970, sus habitantes se han ubicado en Guacoy, a 2,610 metros de altitud, junto a las ruinas no tan importante de Guaquí Kotu.

En Ranchín están los lotes de las tres hermanas: Juana Mesías, Gregoria y Fausta Moreno Rodríguez, biznietas del Dr. Gabino Uribe Antúnez que, como todo hombre tuvo una barragana llamada Marina Moreno en la que tuvo un hijo llamado José Rufino Moreno, mi bisabuelo.

El Doctor Gabino Uribe Antúnez fue un respetable acaudalado debido a que, en 1809, estando en Aija, “ya sacerdote y licenciado” actuó como “árbitro en la división y partición” de los bienes de su abuelo materno don José Antúnez quien había solicitado sus servicios para que entregara sus partes a sus hijos. Además, le confirió su poder para la administración de todos sus bienes. Posiblemente ésta fue la causa para que el Dr. Uribe aumentara más fortuna, llegando a ser otro de los acaudalados de prestigio, pues fue dueño de una casa en Pillao de Aija, que compró de doña Isidora Palacios; fue dueño de las haciendas de Livín Chico y Livín Grande y de las tomas de Huahuayoc, de las haciendas de Cuscus, Mandinga, Lecheral y Huamba, en el valle de Huarmey, de las cuadras de El Ingenio, en La Merced, de una casa de dos pisos y un callejón de 40 cuartos en la calle La Soledad, de la ciudad de Lima, y también de los pastos de Cuncag en el pueblo de Quishuar.

El ilustre aijino Dr. Gabino Uribe Antúnez, fuera de que fue eminente religioso, doctor en ambos derechos, filántropo, patriota, prócer de la independencia nacional, Canónigo Doctoral de la Metrpolitana de Lima, Benemérito de la Patria en Grado Heroico y Eminente, primer intelectual aijino, etc., fue también un noble agricultor que bien supo dirigir la producción permanente y eficiente de las tierras de cultivo de su propiedad para lo que mandó construir las tomas de regadío que aún existen en ambos lados del río que riega el amplio valle de Huarmey.

Antes de morir, estando ya anciano, en prueba clara de su filantropía, en abril de 1858, a título de donación “pre causa mortis”, por ante el notario de Huarás don Leonardo Figueroa, adjudicó a Aija su casa de Pillao “para que sirviese de local de la escuela de niñas”, que él mismo la fundó y pagó a la preceptora que la dirigía; sus haciendas de Livín Chico y Livín Grande, incluso las tomas de Huahuayoc, legó a su sobrina María Gomero, con la condición de que pagara el sueldo de la preceptora la suma de 12 pesos mensuales. La toma de Cuscus de su Congón dejó para su sobrino don José María Huerta para que anualmente trajera a Aija 15 cargas de maíz para distribuir entre los pobres de Aija, obligación que fue cumplida por varios años. Además, su casa de dos pisos y el Callejón de 40 cuartos de las calle la Soledad de Lima, dejó para el Seminario de Santo Toribio de Lima con la condición “de mantener y educar” allí, gratuitamente cada año, “a dos jóvenes pobres de su parentela o de cualquiera de los pueblos de la doctrina de Aija” Este regalo era para los que quisieran estudiar ciencias, que la Municipalidad de Aija haría cumplir esta obligación. De esta manera se ve que la Municipalidad de Aija tenía la facultad de recaudar y administrar los fondos provenientes de sus dejaciones, así como nombrar y pagar preceptores de la escuela de Pillao, y designar a los dos jóvenes que debían ocupar las dos becas del Seminario Santo Toribio, etc. Pero, desgraciadamente, sabemos que el individuo Manuel Uribe, pasándose por sobrino, logró la voluntad del testador a su favor. De este modo, se ve que el 20 de noviembre de 1863 –dice un autor– “revocó efectivamente, entre otras, la donación de Livín, la de la toma de Cuscus y la de la casa y callejón de 40 cuartos de la calle La Soledad, en Lima, dejando subsistentemente en favor de Aija, sólo la casa de ese pueblo para la escuela”. También dispuso las diez cargas de maíz para los pobres de Aija, “cosechados de las haciendas de Huamba, cuya donataria, Juana de Mata Huerta, su sobrina, y sus herederos, debían ponerlas perpetuamente en Aija”. En cambio, el seudo sobrino del ilustre Canónigo, resultó heredero de los mejores bienes de mi tatarabuelo, y el albacea y legítimo heredero del gestador, mi bisabuelo don José Rufino Moreno, sólo se conformó con pequeños bienes que recibió, entre ellos los terrenos de Ranchín, y, al morir dejó para mi abuelo don Mariano Visitación Moreno Gomero, y las haciendas de Cuscus, Mandinga y Lecheral había dejado para sus tres nietas Juana Mesías, Gregoria y Fausta Moreno Rodríguez que no lograron poseerlas, dada a las acciones maquiavélicas de los tinterillos más necesitados y de mala ley. De esta manera es que, mi tatarabuelo Dr. Gabino Uribe Antúnez a pesar de su notoria y valiosa filantropía, aún es considerado como Filántropo Olvidado, como lo es también Prócer Olvidado.

Hay más aún: sus bienes inmuebles de Ranchín él dejó para sus familiares: Uribe, Sifuentes, Rodríguez, Antúnez, Moreno, Gomero, Bojórquez, y parte para su nieto Mariano Visitación Moreno Gomero de quien heredaron mi madre y mis dos tías los tres lotes de terreno de Pullpi Jircán, que los naturales llaman con el curioso nombre de potrero de “Puca Toru” con la creencia de que mi padre iba desde Huacna a sembrar allí, sólo con toros colorados, lo que es falso totalmente, ya que éste fue apodo de mi abuelo, que, como me contó mi madre, un buen día de otoño, al infante Mariano Visitación, sólo de dos a os de edad, que vestía un pañal rojo, una faja roja y una gorra también roja, súbitamente, se le ocurrió gatear y dar mugidos y ronquidos imitando al toro, en esta forma:

– Muuuummmm... huuuummmm... Muróoó... muroooó... Huuummm... huuummm.

La imitación fue tan igual a la voz del toro, lo que sorprendió a sus padres que estaban en el patio de la antigua casa de Kakapaqui, y, al darse cuenta de la imitación tan original del niño, ñatos de risa, expresaron:

– Jakgé Puca Toru yecaramun...

Desde ese momento al niño Marianito ya no le llamaban por su nombre de pila sino por “Puca Toru” (Toro colorado), y así fue hasta su muerte. Por eso es que a todos sus descendientes nos llaman por “Puca Toru” en todo Huayán y, sobre todo, en Ranchín de mis gratos recuerdos que lo visité aquel cuatro de agosto de 1993.

(De “Estampas y Cuentos de mi Tierra”, tomo III, Aija-1999)