Dienstag, 27. März 2012

ACHIQUÉ

Por: Maurilio Mejía Moreno

     En una comarca lejana y solitaria de La Merced vivían dos esposos que tenían dos hijos, siendo mujer la mayor. Época hubo en que esta pobre pareja fue víctima de la hambruna que desatóse, despiadadamente, por toda la comarca, por lo que, un buen día, dejando a sus dos pequeños en casa, salieron de este lugar en busca de víveres.
     Después de largos días de triste ausencia volvieron de noche a la casa llevando solamente algunos granos de maíz que, de inmediato, como estaban tan famélicos y casi exánimes pusiéronse a tostar, sigilosamente, para no despertar a sus hijos que dormían agónicos de hambre en uno de los rincones.
     Prendida que estuvo la candela, buscaron la callana y el “chaspi” dialogando en voz baja, de esta manera:
     – ¿Dónde está la callana? –preguntaba el esposo.
     – ¿Dónde está el “cashpi”? –preguntaba la esposa.
     El hijo varón entendió estas interrogaciones a pesar de ser callanditas y, al reconocer la voz de sus padres, desde su lecho contestó con trémula y agonizanze voz, diciendo:
     – Yo veo la callana y el “chaspi”, mamita.
     Los padres juzgaron inoportuna esta intervención, por lo que, impacientes y coléricos, determinaron llenar a los chicos en una “shicra” para llevarlos a arrojar por un inmenso y profundo precipicio. Así lo hicieron. Pero Dios quiso que felizmente la “shicra” se quedara prendida en las espinas de una mata tremenda de “keshke” que había en los laderales del despeñadero inaccesible en donde los hermanitos, de momento en momento, gritaban agónicos pidiendo auxilio. Nadie podía entrar en aquel sitio. Sólo alguna ave podía volar y llegar hasta allí. Y, justamente, esa ave fue el cóndor que, por casualidad, pasaba por allí, oyendo los quejidos clamorosos de los niños que le decían:
     – Tío Cóndor... Tío cooondooór... Sáquenos... Salvanoooós...
     El gigante rapaz compadecióse de las desdichadas criaturas pues, cogiendo la “shicra” entre sus garras poderosas, sacó hacia una inmensa pampa donde la dejó, y los niños, al patalear libremente en tierra plana, rompieron la “shicra”, liberándose.
     En seguida los pequeños fueron andando por el camino que pasaba por la pampa y llegaron a una choza abandonada en la que encontraron, tras del fogón sin candela, algunos granos de maíz y trigo crudos. Quisieron tostarlos, mas no hubo tiesto, ni candela, ni “chaspi”. Y, al momento, vieron a lo lejos el humo que salía de la cueva ófrica. La hermana mandó a su menor a buscar la candela y el tiesto. Este, obediente, se fue corriendo y llegó a la cueva humeante donde halló a una vieja mujer que le dijo llamarse Achiqué, aparentemente buena, caritativa y que, a su vez, dijo ser tía de ellos, y, en consecuencia, les obligó ir a estar con ella en su casa. Agradecidos se recogieron allí los dos hermanitos. En la tarde la vieja les dio de comer los duros “collushtus” hervidos; ellos no pudieron comer nada, aunque el hambre les mataba. En cambio, la vieja comía envidiablemente como a la papa sancochada al extremo. Los niños quedáronse maravillados de la tía de tan raras costumbres. Y, en la noche, para que duerman les dio un solo pellejo chico de carnero. No pudieron dormir. El menorcito lloraba de frío. Entonces la tía dijo que él fuera a dormir con ella, a lo que accedió la hermanita.
     Pero a medianoche el chico empezó a quejarse lastimeramente; la chica se dio cuenta que era la voz de su hermanito, y se atrevió, con sumo respeto, preguntó a su tía, diciendo:
     – Tía, ¿qué le pasa a mi hermanito?
     – ¡Nada! –contestó la vieja con energía y callóse la chica. Sin embargo, el hermanito seguía gimiendo, diciendo esta vez:
     – ¡Achachau!... ¡Achachau!
     La hermanita otra vez preguntó, en esta forma:
     – ¿Qué le hace Ud., tía, a mi hermanito?
     – Yo no le hago nada. Sólo los pelos de mi sexo le hincan –le remató con cólera.
     Al fin cesó el quejido y la hermana quedóse tranquila creyendo que su hermano y su tía quedábanse dormidos. Pero... pero había sido que a esa hora, con lentitud asombrosa, había terminado de matar a su hermano cortándole el cuello con “sequis”.
     Cuando amaneció la chica preguntó por su hermano, y la tía le contestó:
     – Tu hermano no es haragán como tú. El ha ido temprano al campo a cazar perdices y palomas. Ya debe estar de vuelta.
     Dicho esto dirigióse a su cocina donde tenía una “asuana” en la que hervía algo que la chica ignoraba. Y, como la sobrina preguntaba cada vez más insistente por su hermano, la viejucha pensó que ella fuera a traer agua con una canasta. Aunque, apenada, obedeció la orden yéndose al puquio del que no pudo sacar agua. Padeció mucho. Ingenió ponerle hojas de “chuchokora” a la canasta. También cubrióla con barro. Mas no pudo. Era imposible. Se pasó casi toda la mañana en este afán. Por fin decidióse volver donde la tía a decirle que era imposible llevar agua con la canasta. Entonces, la vieja ordenó que mejor se quedara en la casa a moler ají, mientras ella misma iría al puquio a traer agua. Luego se echó a correr encargando al “wechó” para que le silbara en caso que la sobrina abriese la olla hirviente. ¡Cuidado que no me avises! le dijo al animal, y se fue.
     Empero el “wechó” contó a la niña de que en la “asuana” estaba hirviendo el cuerpo de su hermano, le aconsejó, a su vez, para que lo sacara y lo metiera allí el de Bernavita, hija de la vieja Achiqué. Además, le dijo que partiera de viaje llevando el cuerpo cocido de su hermano. La muchacha cumplió todas las órdenes del ave. Se fue cargándolo todo en una lliclla roja, y cuando ya iba a dar vuelta a una cumbre lejana, el “wechó” silbóle a la vieja Achiqué, quien, para esos instantes, estaba peinándose tranquila en la fuente sin haber llenado todavía el agua en su canasta. Y, al oir el silbido del encargado, corrió, desesperadamente, dejándolo todo. Pronto estuvo en su cocina, pero, como la “asuana” estaba hirviendo así como la dejó insultó al “wechó” por “kara chupa” y mentiroso, y se regresó tranquila por el agua.
     Trajo el agua, pero al llegar a la casa no encontró a la sobrina; creyó que estaba jugando en el huerto con su Bernavita. Tuvo hambre y empezó a comer el cuerpo de su sobrino que todavía estaba medio crudo. Lo aderezó con el ajicito y comió hasta saciarse. Luego llamó a su hija, diciendo:
     – ¡Bernavita! ¡Bernavita! ¡Bernaaa...!
     – ¡Mamá! ¡Mamá! –contestó desde el estómago de su madre. La vieja no supo ni qué hacer. Sorprendida se puso de cuclillas queriéndo defecar. Quiso evacuar lo que había comido, porque dióse cuenta que lo comido era su Bernavita.
     Estando en este afán vio que la sobrina ya se ocultaba por la cumbre lejana y, desesperada, se echó a correr a vuelo del pájaro.
     La niña dio vuelta a la cumbre y encontró a un viejo “añas” a quien le dijo:
     – Tío “añas”, escóndeme porque Achiqué me persigue.
     El animal contestó:
     – Bueno, pues. Ven –y la metió en su escondrijo sentándose en la puerta de éste.
     Allí llegó Achiqué preguntando, en esta forma:
     – “Auquis añas”, ¿has visto pasar por acá a una chica con lliclla roja?
     – ¡No! No la he visto, porque he estado ocupado escarbando en mi huerto –dijo el apestoso animal. La vieja le refutó, diciendo:
     – ¿Y qué es lo que está en el hueco?
     – Son mis trapos –respondió el “añas”.
     – Quiero verlos –exigió Achiqué.
     En ese instante el zorrillo lo roció con su orina nauseabunda dejando a la vieja ciega por más de media hora. Mientras tanto la chica huyó llegando donde un zorro que echado estaba en una pampita de una quebrada, y le dijo:
     – Tío “atok”, escóndeme que vengo perseguida por Achiqué.
     – Ven, hija, ven –le dijo el astuto animal y cuando llegó la escondió entre sus patas. Allí llegó Achiqué y le preguntó así:
     – Ladrón “atok”, ¿has visto pasar por aquí a una chica que lleva un atadito en lliclla roja?
     – ¡No! –respondió enojado el zorro astuto.
     – Pero, ¿qué es lo que tienes entre tus patas? – insistió Achiqué.
     – Son mis ponchos –dijo el “atok”.
     – Quiero verlos –replicó Achiqué y se acercó chocándose con que todo era trapo. El zorro aprovechó el momento para deshonrar a la vieja dejándola desmayada. Y aprovechando de este momento la chica se escapó y encontró en otra quebrada a un “luicho” hembra a quien, también, le suplicó para que, por favor, le ocultara. El rumiante la escondió dentro de sus patas.
     Achiqué se presentó preguntando por la chica, pero el animal contestó que no la había visto.
     – Veo que está dentro de tus patas –dijo la vieja.
     – ¡No! Son los pañales de mis crías –respondió el “luicho” hembra.
     Achiqué se acercó diciendo que quería ver, y el cornúpeta le dio soberanas cornadas hasta que la niña pudo escaparse llegando, esta vez, donde un cóndor que estaba sentado sobre una peña, a quien le rogó porque le escondiera y éste le ocultó entre sus alas soberanas. La bruja Achiqué se presentó preguntando por la chica y el rey de las aves contestó:
     – Yo no la he visto porque he estado ocupado tocando mi pincullo.
     – ¡No! Está dentro de tus alas, so “kala cunca” cóndor –lo insultó al ave.
     – Ven, entonces, búscatela –dijo el viejo cóndor amargado.
     Cuando llegó la vieja le dio tremendos aletazos dejándola desvanecida. Entretanto la muchacha logró escaparse y llegó donde un viejo tejedor quien le ordenó que el cadáver de su hermano lo llevaran en una “asuana” recomendándole no abrir cuando pasara el primer cóndor, sino el segundo; pero la chiquilla abrió, equivocadamente, apenas pasó el primer cóndor; pues estaba tan nerviosa debido a que el tejedor habíale dicho que si abriera después del paso del segundo cóndor, hallaría a su hermano tan sano como estuvo. Cuando abrió la muchacha se sorprendió al ver que de la “asuana” salía un “pichis” lanudo. En esas circunstancias se presentó Achiqué migueleando al tejedor para comérselo; pero éste le mandó pasar a la cocina a prender la candela. La bruja entró rápido y del tejedor recibió varias semillas de ají para que, una vez prendida la candela, echara al fogón. En cuanto entró la bruja a la cocina, el dueño cerró la puerta dedicándose reposadamente a tejer en su ruidoso telar. En cambio, la perversa vieja empezaba a gritar a voz en cuello, ahogándose con el humo y con el olor picante de las pepas del ají. Al fin salió de la zorrera y se dio cuenta que no había nadie, ni el tejedor, ni la chica, ni el pichis. Pues la muchacha había fugado cargando al pichicho, y, al ver que la vieja le seguía y ya estaba cerca, subió a una peña e insistentemente llamó a San Pedro pidiendo que le soltara una guasca. Escuchóle San Pedro y le soltó un cordón de oro y la chica empezó a subir al cielo con su perrito a la espalda desapareciéndose en el infinito azul ante la mirada asombrosa de Achiqué.
     Entonces, la maldita bruja Achiqué también subió a la peña y gritó:
     – “Kala peka” San Pedrooó... Suelta para mí, también, el cordel de oro.
     El apóstol le soltó una “shacta” larga y delgada con un pericote al lado. La vieja echando mil venablos subía al cielo. Y el ratón, apenas comenzó a ascender, empezó a roer la pita, y, poco a poco, fue comiendo. la bruja dióse cuenta y gritó:
     – “Auquis ucush”, ¿creo que estás comiendo mi soga?
     – ¡No, vieja! Yo como mi bizcocho quemado y duro.
     – ¡Ah, ya! –dijo la vieja astuta. Pero cuando ya iba a asirse de la puerta del cielo, por donde había entrado sus sobrina, el pericote cortó la soguilla. Para qué, ¡Dios mío! Pues Achiqué se vino al suelo, gritando así:
     – ¡A la pampa...! ¡A la pampa...! ¡A la pampa...! ¡Quítense espinas! ¡Quítense piedras! ¡A la pampa...! ¡A la pampa...! ¡A la pampa...! Dándos volteretas maravillosas en el espacio llegó a dar a la punta más filuda de una inmensa peña de la cadena de cerros donde se estrelló reventando como una bomba fantasmal y estruendosa, y su sangre se desparramó por todas las montañas del mundo originando así el eco que hay en todas las rocas de los cerros desde donde nos imita cuando hablamos, cantamos, tosemos, etc.
     Mientras tanto la sobrina de Achiqué llegó al cielo y se presentó ante Dios a quien le confesó toda su historia en este mundo. Compadecido, Dios ordenó que a su perrito lo llenara en un baúl de oro y que esperara su orden para abrirlo. La criatura quedóse asombrada y esperó con paciencia contemplando el Paraíso, y cuando Dios dio la orden corrió y luego abrió. Pero, ¡oh, qué sorpresa!
     Se dio con que en el baúl de oro su hermano estaba durmiendo elegantemente y al instante se despertó y se levantó tan sano como estuvo en la Tierra. Ambos hermanos se presentaron ante Dios, quien les colocó en la gloria para que allí vivan eternamente felices.

(Tomado de “Estampas y Cuentos de mi Tierra”, Tomo I, 1986, Aija-Peru) 

Samstag, 24. März 2012

A LA SOMBRA DE UN ALISO

Por: Maurilo Mejía Moreno


     Con el cuerpo enfermo y el corazón triste, monologando en silencio y la soledad, estoy sentado, hoy día caluroso de octubre inolvidable, bajo la fresca sombra de un ramoso y alto aliso, y apartado de incesantes ruidos mundanales que incomodan en una ciudad. Estoy junto al puquio azulino del que mana agua dulce y cristalina que me incita a beberla, incansablemente. Mas estoy enfermo. No puedo tomarla como cuando era sano.

     No sé por qué ni a qué he venido a este lugar umbrío que me abruma de mil recuerdos llorosos que de mi mente fluyen como el agua de manantial que estoy mirando.

     No hay con quien conversar ni hay a quien contarle mis males, mis penas y dolencias. Me siento solo. Absolutamente solo y enfermo.

     El viento ruge en los eucaliptos que circundan a mi vieja y solitaria morada, y silba, con son prolongado y melancólico, en las laderas de Huamánpinta y Tzacra, mientras que los pajarillos festivos entonan, desaforadamente, sus eufónicos estribillos de siempre entre los dorados cebadales de la aldea, brindándome así la tierna música de la vasta campiña, música divina que reconforta a mi enfermo y atribulado corazón.
¡Nadie viene ni hay esperanzas de que alguien me llegue!

     El horizonte que miro es tan dilatado como el corazón doliente que tengo. Mi pobre alma solloza y gime, abandonada y solitaria, la dolorosa ironía de su destino, viniendo a dejar en este puquial un recuerdo más para que, cuando este pesado esqueleto ausente, se quede gimiendo y sollozando más hondo y lúgubre bajo esta misma sombra...

     Pero es mejor que me vaya siempre con mi dolor, mi fiebre y mi pena que no me abandonan aún en las sendas de esta insondable soledad. Me voy cantando mi suerte, mi soledad, mi dolor. ¡Adiós, aliso y tu sombra! ¡Adiós puquio querido! Ruego a Dios que mi tétrico retiro sólo sea para volver... volver de nuevo a descansar en este mismo sitio y bajo la misma fresca sombra del aliso que planté.

(Tomado de “Estampas y Cuentos de mi Tierra”, Tomo I, 1986, Aija-Peru) 

Mittwoch, 14. März 2012

SEÑORITA GRIPE

Por: Maurilio Mejía Moreno

     Fuerte sequía azotaba a La Merced para diciembre de 1919. En las noches veíase el relampagueo de parpadeantes reflejos luminosos seguidos de un retumbo extraño que oíase desde la Cordillera Blanca del Callejón de Huaylas.
   
Los mercedinos que moraban en las partes altas, mirando al oriente, observaban, frecuentemente, este fenómeno raro que les entristecía en las noches frías y estrelladas. En sus mudas meditaciones suponíanse que aquello era quizás el anuncio de la venida de alguna enfermedad grave o de la triste hambruna. Estas ingenuas conjeturas de los modestos campesinos eran comentadas muy a menudo y empezaron a circular como noticias novedosas y de interés en mi pueblo y en toda la región vertientina de Ancash.

     Dentro de poco tiempo súpose que en Recuay, efectivamente, ya había gran mortandad. A La Merced también llegó la noticia de que a Ticapampa había llegado una Señorita española en compañía de un hermoso galgo flaco, ágil y muy ladrador, y portando en las manos una hoja grande de eucalipto. Decíase, entonces, que esta hermosa mujer era la misma figura de la enfermedad, cuya venida habíase anunciado con rarísimos reflejos nocturnales. A esta extraordinaria mujer la llamaron SEÑORITA GRIPE y decíase de ella que había comido el corazón de su madre, porque ésta, a su vez, se lo había comido el corazón de un carnero, novio de la Señorita de atrayente belleza que, por maldiciones de su madre, convirtióse en una enfermedad. En La Merced comentábase de que en Ticapampa habían matado a balazos al galgo de la bella Señorita, cuyo resentimiento motivó para que, desde ese momento, la terrible gripe se propagara, de noche a la mañana, en toda la población ticapampina. Sin dejar una alma. También en Aija se supo de la presencia de la Señorita Gripe, y los aijinos preparáronse para atajarla. Acordaron no recibirla ni darle hospicio. Por eso no fue raro ver ramas de eucaliptos plantadas en las puertas de las casas de la ciudad aijina. Así lo hicieron para impedir la entrada de la Señorita Gripe. Creyeron que el eucalipto era el remedio de esta gripe, porque la Señorita Gripe portaba la hoja de este árbol que no bien aún se cultivaba en Aija. Pero no fue así. Pues la misma noche que plantaron las ramas, los dueños de las casas así adornadas, amanecieron gravemente enfermos sin tener a nadie que les atienda siquiera con una gota de agua. En vista de ello el señor Gobernador, don Demetrio Pajuelo Mejía, pensó detener la propagación de tan peligrosa gripe. Con tal objeto a toda la gente repartió el creso para que regaran sus habitaciones. Pero fue peor. En la ciudad ya nadie andaba. Todo el mundo estaba enfermo, gravemente. Se dice que quedábanse de sopetón como un “tronco”, sin acción, con alta fiebre, con tos rebelde, con hemorragia nasal o bucal.
   
     Cuando en La Merced sabíase ya de este alarmante suceso que causaba miedo y nervios, en el Caserío de Catzok, en el paraje de Querok, apareció la enfermedad. Y, para fines de diciembre, la mortandad en La Merced estuvo en su apogeo. La gente moría a cada hora, luego de resistir sólo un día de gravedad. El viejo panteón de “San Antonio” de Jekana llenóse pronto, ya que los cadáveres llegaban de todos los centros poblados del valle mercedino, de hora en hora, ya en los hombros de sus deudos, ya en “kirmas” de palos atravesados, sin ataúd ni mortaja, simplemente envueltos en sencillas y ásperas bayetas blancas de lana, atados con sogas de cuero de res o con finas pitas de pencas; algunos llegaban en lomos de asnos como cualquier animal muerto, puesto que ya no tenían ni familiares vivos. Diariamente el cementerio estaba lleno de gente como en el Día de Todos los Santos. El entierro lo hacían hasta de noche. Los sepultureros voluntarios, don Gregorio Manrique y Jacinto Antúnez, se encargaban de enterrarlos conforme podían hacerlo. Después que pasó todo, ellos contaban escenas más tristes y cuadros más horribles que habían visto en los entierros nocturnos.

     Este castigo gripal de triste recordación en mi pueblo y en toda mi Provincia, duró hasta fines de enero de 1920, aunque ya no con la intensidad que tuvo en diciembre anterior. Muy pocos hombres y mujeres habían resistido la visita mortal de la Señorita Gripe. Muy contadas personas habíanse salvado. Algunas recuperaron la salud con bastante lentitud. La Merced, se dice que quedó casi despoblada. Poco sobrevivientes andaban enlutados todo un año, llorando siempre la desgracia que les había azotado con la consiguiente pérdida de los suyos y dando diferentes y antojadizas interpretaciones a las causas de tan maligna gripe que les visitó después de la Primera Guerra Mundial.

     Cuentan que en los carnavales de febrero de 1920, poquísima gente había en mi pueblo. Nadie bailaba. No jugaban. Estaban todos de duelo. Solamente cuentan que el cantor y guitarrista popular de aquellos años, don Pedro Rodríguez, entre lágrimas, cantaba su huayno que hasta hoy se canta, con cierta melancolía, cuya letra es como sigue:
Señorita Gripe
shuyaricallame,
haciendallatarak
disponíscamushak;
cuye palomallatarak
despedicamushak.

(Traducción)
Señorita Gripe
espérame,
a mi hacienda todavía
voy a disponerla;
a mi paloma todavía
voy a despedirla.


(Tomado de “Estampas y Cuentos de mi Tierra”, Tomo I, 1986, Aija-Peru) 

Mittwoch, 7. März 2012

LAS RECUAS DE ELISEO


Don Eliseo y sus recuas contribuyeron al desarrollo de la Región ancashina

     Sabido es que, anteriormente, el viaje de Aija a Huarmey y Lima se hacía saliendo de Shíquin y pasando por Seke, el puente de Shanán y el pueblo de Huacñán, y de allí por las lomas de Minas se llegaba al pie de San Gabino para, nuevamente, seguir la caja del río hasta el puerto de Huarmey, con pocas y pequeñas desviaciones. Pero a fines del siglo XIX, bajo la dirección del digno ciudadano aijino, don Angel Antúnez, se abrió el camino de herradura que ahora pasa por Angel Cruz –llamado así en memoria a su autor– por Mellizo, Succhapampa y San Gabino, cuyo puente inauguróse el 22 de agosto de 1890. Esta obra se hizo únicamente por acción cívica, sin ayuda estatal, solamente la Empresa Minera de Ticapampa nos dio la mano. Con la apertura de esta nueva vía la comunicación entre Aija, Huarmey y Lima se mejoró notablemente, porque se acortaron la distancia y el tiempo de viaje a la costa.

     En las últimas décadas del siglo XIX y en la primera mitad del XX, surgió en Aija la legendaria figura de don Eliseo, personaje que desempeñó el papel más importante en la muy difícil tarea de transportar mercaderías desde el Puerto de Huarmey hasta Aija, Ticapampa, Recuay, Huaraz y otros pueblos del Callejón de Huaylas.

     Don Eliseo era dueño de Huacñán, hoy Hacienda San Damián, donde se dedicó a la ganadería criando ganado vacuno, caballar, mular y asnal. La noble industria ganadera dióle pingües ganancias que abultaron su fortuna, y pronto convirtióse en el hombre más fuerte y útil de Aija de aquellos tiempos, porque sólo él, igual que el mestizo Cacique de Tungasuca, don José Gabriel Condorcanqui, fue capaz de contar con formidables recuas de 120 mulos de carga y 120 burros bien aparejados para transportar mercaderías de la costa a la sierra de Ancash, y conducir, al mismo tiempo, hacia el Puerto, los ricos minerales de las minas de Ticapampa, de San Salvador, Parco, Santa Rosa y la lana del asiento ganadero de Utcuyacu, actividad que tomó el nombre de “la baja” y “la torna”, recordadas hasta ahora.

     Las recuas de Eliseo estaban divididas en 20 piaras de mulos, de 6 cada una, a cargo de un solo mulatero, y 12 piaras de burros, de 10 cada piara, al mando de un solo asnerizo. Los burros llevaban, generalmente, cargas de menor peso y tamaño solamente. En cambio, los robustos y briosos mulos y mulas conducían, preferentemente, los bultos más grandes y pesados: fardos de mercaderías de toda clase, calaminas para techar el Convento de Huaraz y otros edificios, sacos de sal común, barriles de todo tamaño, tubos de diferentes diámetros y longitudes, rieles para las minas y postes de fierro para el tendido de la línea telefónica de Lima a Huaraz, etc., etc.

     Cuentan que la faena más difícil, peligrosa y pesada, era la conducción de “Cable-alambre” para oroyas y huinchas; cuatro mulas conducían a una carreta de éstos; un mulo iba tras de otro, en fila; una carga a otra estaba unida por el grueso y pesadísimo “cable alambre” por dividir. Esta fue la labor má operosa, nos dicen los arrieros que aún viven, porque, si un mulo se rodaba, todos se iban al río jalando hasta a los mulateros. En las curvas de Angel Cruz, Mellizo y San Gabino, los recueros silbaban y gritaban más al compás de los tristes y sonoros cencerros de las recuas de Eliseo Larragán; sin embargo, a veces, a causa del menor descuido o nerviosismo, gritando: ¡Jaya!, ¡Jaya!, ¡Jaya, ¡Urra!, ¡Urra!, todos se iban a las profundidades del estrecho Cañón del Pato de las Vertientes, en donde las rocas del río, destrozándolos, regalaban a sus aguas la sangre de los infortunados arrieros y sus huesos eran difícilmente rescatados para el cementerio, y a los de los animales exhibíanlos para los buitres y cóndores de los Andes aijinos. Por eso, para no caer en esas fatalidades, con los mulos de Eliseo trabajaban solamente los hombres más fuertes, valientes, temerarios, serenos y acostumbrados en las más raudas faenas que mejor les haya “despertado”.

     Encontrarse con las recuas de Eliseo en las curvas de Mellizo y otros parajes de la gran arteria vial de Aija, era peligroso. Por eso los viajeros comunes iban atentos al característico tin lan, tin lan, tin lan de los cencerros o campanas de las mulas madrineras que venían adelante, bufando y cencerreando, como para anunciar el acercamiento de las recuas de Eliseo, a fin de que todo el mundo se arrimase en sitios adecuados y dejar pasar libremente a los mulos elíseos con enormes fardos al lomo que, a veces, ocupaban todo el ancho del camino, y sino, al pasar a trote, sin respetar a nada ni a nadie, lo aventaban por el precipicio de 10, 50 a 500 metros de altura, según los trechos.

     En esta arriesgada ocupación de arrieraje había de 50 a 60 hombres, de los más selectos, que viajaban por turno. De Aija a Huarmey, ida y vuelta, con mulos, lo hacían en ocho días y con burros en 15 a 16 o más días, con jornales de ocho soles por viaje. Muchos aijinos, succhinos, huacllinos, corisinos, huayanos y, sobre todo, los mercedinos, de los más bravos hombres, trabajaban en esta singular Empresa de Transportes de Eliseo, como: Mauro Gomero, Benjamín Mejía, Ruperto Medina, Espectación Manrique, Apolinario Sánchez, Víctor Mejía, Tomás Sánchez, Eulogio Maldonado, Tomás Palacios, Hilario Antúnez, y muchos otros más que el tiempo ha dejado sepultados en el olvido involuntario.

     Por el aspecto físico tan accidentado de sus montañas rugosas y elevadas, el camino de Mellizo es temible desde lejos y hasta sólo por noticias. Pero para los bravos arrieros de las recuas de Eliseo y para los numerosos viajeros a caballo o a pie, que por más de un siglo siguen cruzándolo, ha sido y siempre lo es, el mudo testigo de sus frecuentes andanzas y eternos sufrimientos, de sus bostezos y llantos, sonrisas y sollozos, ayes y alegrías, que han quedado pincelados en sus veras abruptas y estrechas. El largo camino pedregoso de Mellizo profundo y guijarroso, que serpentea por los pechos y tobillos de los cerros rocosos y empinados que besan el cielo, nos conduce a Huarmey. Este camino, con su río en lo profundo y con su vera regada con numerosas cruces descoloridas por la acción del tiempo y que, sin embargo, dícenos que por allí se rodó un viajero o allí se murió, con cólico un hombre, una mujer o un niño, es el depositario sempiterno de las gruesas y abundantes gotas de sudor y sangre de las callosas manos y roñosos talones de los arrieros de Eliseo que, incansablemente, viajaban todo el año, de día y de noche, por avanzar la jornada, en lluvia, nube, barro, frío y calor; y que, viniendo de Huarmey caluroso y sofocante, pasaban la silenciosa y frígida cumbre de Huancapetí, a 4,853 metros sobre el nivel del mar, cabalgados en bestias ágiles y adiestradas en las arreadas. Este es el camino que sabe de la valentía, destreza y fortaleza que distinguían a los veteranos viajeros dedicados a la más dura profesión de arriería, profesión en la que se lucían haciendo más viajes para ganarse el pan del día, sin más otro valor que el que les daba el pícaro alcohol y la seca yerba verde de la coca, y sin más otro fiambre que el jamón cocido para una semana, el queso duro, el charqui reseco, la cemita amollada, la cancha humedecida, la “capca” de habas tostada y ligeramente sancochada en agua con sal, la “machca” fría y el pipián de harina de trigo tostado.

     Ese es el recuerdo que todo vertientino tiene de las famosas recuas de Eliseo Larragán, que tanto beneficio comercial brindó a nuestra región y a los pueblos del Callejón de Huaylas. Y así es el inolvidable camino de Mellizo, llamado así porque tiene un puente del mismo nombre que consta de dos pequeños puentes unidos entre sí sobre el río Monserrate en su desembocadura al río Aija. También es éste la única vía que une a Aija con la costa, y el único camino donde se ve que en sus cuevas y rincones de sus curvas estrechas, todo arriero o viajero ingenuamente supersticioso, siempre deja bolas de coca masticada, un poco de cal y algunos granos de cancha para que sus acémilas no se cansen o no les dé la misteriosa veta en la subida de este zigzagueante y elevado camino; también hay quienes forman las apachetas para que les digan si van a volver con vida o no, con suerte o sin ella, y si van a conseguir o no lo que de la costa piensan traer; y, por último, a lo largo de este camino trillado, en las peñas o piedras planas, se leen inscripciones de dolientes despedidas y tiernas expresiones de amor, celo, decepción, insulto, con firmas completas o simplemente con las iniciales del nombre del que pasó por allí. 

     Por este viejo camino de Mellizo, camino lleno de poemas episódicos de aventuras sin nombres y de sutiles e inolvidables romanticismos de dolor y tristeza, tantos y cuántos viajeros han pasado, diariamente, y siguen pasando bajo el cielo claro o nuboso y, a veces, envueltos bajo las negras sombras de los cerros encrestados y desafiantes de la eternidad; pasan, quizás, silbando y cantando sus destinos, suspirando o llorando sus desgracias, solos o en dulcísima compañía de sus padres o hijos, esposos, hermanos, parientes, amigos y paisanos, tras de un ideal sublime y balsámico, o tras de un amor apetecido aun en sueños o llevándoselo ya aunque robando. Muchos han pasado ya por este inmortal camino; empero siguen y seguirán pasando por él, tanto de ida y como de vuelta, con paso lento y cadencioso, al compás melancólico del recordado huayno aijino más antiguo, que a la letra dice:

Puente de Mellizo
déjame pasar,
voy a visitarla 
a mi aijinita.

(Tomado de “Estampas y Cuentos de mi Tierra”, Tomo I, 1986, Aija-Peru)

Sonntag, 4. März 2012

BIOGRAFÍA


Maurilio Mejía Moreno, en Cartavio
     Maurilio Mejía Moreno nació el día miércoles 13 de setiembre de 1922 en la pampa del fundo de Romero, llamada también Temperlín, impropiamente denominada Markán sólo por estar ubicada en la parte superior del fundo del mismo nombre que fue propiedad de su abuela materna y hermanos. El predio rústico de Romero encuéntrase situado en el Caserío de Huacna, parte oriental, en el distrito de La Merced, provincia de Aija, departamento de Ancash. Sus padres fueron Sixto Oncoy Mejía y doña Gregoria Moreno Rodríguez, ambos modestos campesinos naturales de Huacna. Es el séptimo hijo de los nueve que tuvo la pareja citada: Román Marciano, Rudecindo, Genaro, Zenobio, nacidos en Pichizán de Markán, y Julia Damiana, Alejandro Dionisio, Maurilio, Julián Cipriano y Blandina Clotilde Mejía Moreno, nacidos en Romero Pampa o Temperlín.En esta hermosa y pequeña pampa, a 3,600 m.s.n.m., Maurilio pasó los primeros años de su vida de niño dedicado a colaborar con sus padres en las más notables tareas del pastoreo y de la agricultura hasta que, en 1934, entró en la Escuela Elemental N° 17002 de su pueblo natal, que dirigía el Normalista Elemental don Celso José Garro Camones. En marzo lo matricularon en el Primer Año, Sección “C”, de principiantes, de la que, para el mes de junio, pasó al Primer Año, Sección “B”. Ambas secciones eran del Jardín de Infancia. De allí, para octubre, pasó a Primer Año, Sección “A” o sea Primer Año Completo, bajo una evaluación permanente y justa de su primer maestro el preceptor don Ángel L. Cotillo Gomero, quien, una vez que pasó a la Sección “B”, le nombró pasante o monitor en el Primer Año, Sección “C”, encargándole que enseñara a leer a los siguientes alumnos: Eladio Manrique, Lucio Camones Alberto, Celestino León Figueroa, Lucio Barrera Bustillos y Edilberto Antúnez Maldonado.


     En 1935, con el mismo Preceptor, cursó el Segundo Año en el mismo Plantel, y, en 1936, el Tercer Año, con el Normalista don Julio Ita Valdez, a quien lo llamaban “Señorita” por decir Señor Ita. Desde el primer día que pisó la escuela llegó a amarla con ternura. Asi mismo admiró y respetó al maestro, como también tuvo amor y dedicación al estudio. Su mayor ambición fue aprender lo que su maestro le enseñaba y recomendaba.


     En 1939 se matriculó en el Cuarto Año, Sección “B” del Centro Escolar Industrial N° 331 de Huarás, que dirigía el Normalista don Amador Valverde Granda. Con todas las características y cualidades de un niño campesino que sólo hablaba el quechua, vestido con saco, pantalón y sombrero de lana de oveja y con llanque de cuero de res, acudió a esta escuela, la primera de la capital ancashina, habiendo llegado a las buenas manos del viejo maestro Normalista don Lizandro Coral Sáenz; y, en 1940, en el mismo plantel y con el mismo maestro, culminó la Instrucción Primaria, satisfactoriamente, cuando el Normalista don Eliseo Alarcón era Director del mencionado plantel huarasino. Maurilio, debido a su aprovechamiento en los dos años de estudios, ocupó los primeros puestos, siendo agraciado con una Beca para estudiar gratuitamente la instrucción media en el Internado del Colegio Nacional “La Libertad” de Huarás. Desgraciadamente sólo asistió en abril de 1941, puesto que, antes de internarse, cayó gravemente enfermo con la fiebre tifoidea que le tuvo postrado en cama hasta el mes de julio. De esa manera, pues, perdió la Beca y el año escolar. Nunca más recuperó la Beca, aunque presentó solicitudes de reconsideración por recuperarla. Ya nadie le hizo caso.


     De 1942 a 1946 cursó la Instrucción Media, ya en su condición de pagante, sin Beca, en el Colegio Nacional “La Libertad” de Huarás dirigido por el Dr. Mariano Espinoza y Dr. Genaro González Flores, egresando exitosamente.
     
     En marzo de 1947 ingresó a la Universidad Nacional de Trujillo, matriculándose en la Facultad de Letras y Pedagogía, egresando en 1950, después del examen de grado. En abril de 1951 empezó a trabajar en la docencia como Auxiliar en la Escuela Nocturna Fiscalizada de 2° Grado de Varones No. 802 de la Hacienda Cartavio, Trujillo, y de día trabajó como ayudante de los inventariadores don Lidio Caldas y don Ricardo León Dejo del Almacén Chicama de la Hacienda Cartavio.


     En la Escuela Nocturna, dirigida por el empleado don Jesús Gutiérrez Terrones, trabajó hasta el 30 de junio de 1955, por tener que estudiar Derecho en la Universidad Nacional de Trujillo.


     El 27 de enero de 1953 sustentó su tesis para optar el Título de Profesor de Educación Secundaria en la Especialidad de Castellano y Literatura y el Grado de Bachiller en Educación con la Tesis “EL PASADO Y EL FUTURO DEL QUECHUA COMO IDIOMA OFICIAL DEL PERÚ”, trabajo que fue aprobado debido a “su originalidad” y “exhortación patriótica al quechua” y por ser la primera tesis de su género presentada a la Facultad. La colación de Grado Académico tuvo lugar en el Paraninfo de la Universidad Nacional de Trujillo, la noche del 31 de enero de 1953, en ceremonia presidida por el Rector Dr. Julio Chiriboga quien le entregó el Título.


     Desde el primero de marzo de 1952 a marzo de 1956 trabajó como Auxiliar de Tercera Categoría en la Escuela Fiscalizada de Segundo Grado de Varones N° 800 de la Hacienda Cartavio, Trujillo, que dirigía el Profesor Elmo Estuardo Espinoza Atalaya. Se desempeñó como Docente de Tercera Categoría debido a que los Directivos de la Compañía Agrícola Carabayllo de Cartavio no quisieron reconocer el valor de su Título. Todavía, desde abril de 1956, por orden gubernamental, pasó a ser Auxiliar de Primera Categoría, cargo que desempeñó hasta el 16 de julio de 1957, puesto que, a partir del 17 del mismo mes y año, fue promovido a la Dirección de la Escuela Fiscalizada de Segundo Grado de Varones N° 800 de Cartavio, Trujillo, que la dirigió hasta el 31 de mayo de 1961, fecha en que renunció la Dirección de esta Escuela por haberse ubicado en la Educación Secundaria en el Colegio Nacional Mixto “Gabino Uribe Antúnez” de Aija. Paralelamente hizo estudios de Derecho, los mismos que no los concluyó como consecuencia de las situaciones antes comentadas.


     El 31 de enero de 1959 contrajo matrimonio con doña Carmen Dina Gamboa Correa, natural de Ascope, Trujillo, con quien tuvo los siguientes hijos: Carlos Edwar, Rocío del Carmen, Juana Silvia, Silvia Gregoria y Mirtha Guiomar Mejía Gamboa. Su matrimonio civil fue en la Municipalidad del distrito de Santiago de Cao y el religioso en el Templo San Francisco de la ciudad de Huarás.


     Desde el 4 de mayo de 1961 hasta el 19 de mayo de 1963, laboró como Profesor de Letras en el Colegio Nacional Mixto “Gabino Uribe Antúnez” de Aija, que dirigía el Dr. Uladislao Silva Sánchez, y, por R.D. N° 05152 del 20 de mayo de 1963, fue nombrado Profesor Estable de Letras en el mismo Colegio. El 26 de enero de 1970, con un simple Memorándum N° 5 del Director Profesor Gualberto Arsenio Cotillo Caballero, fue Encargado de la Dirección del citado Colegio, siendo reasignado como Director del Plantel Uribino por R.D.Z. N° 2016 de 30 de setiembre de 1974, y, por R.D.Z. N^0557 de 30 de marzo de 1976, fue nombrado Director Titular.


     Después del sismo del 31 de mayo de 1970 fue nombrado Presidente del Comité Provincial de Administración Educativa de Acción Inmediata, organismo que fue creado por R.S. N°451-70/ED, del 17 de junio de 1970, en el Departamento de Ancash, y como tal afrontó los problemas originados por efecto del sismo, ordenando que las labores escolares en la provincia de Aija se iniciaran el día 6 de julio.


     En el Colegio Nacional Mixto “Gabino Uribe Antúnez” fue Asesor del Club de Periodismo, y fundó y dirigió la Revista “Voz Uribina”, editando los Números 1, 2, 3, 4 y el 5, armada en su totalidad se convirtió en “Antorcha”, que no más circuló por haber sido mal copiada por los del NEC.N°10-84 de Aija. Así eliminaron ellos, definitavemente, un gran proyecto.


     Fue cofundador, Profesor y Director de la Sección Vespertina del Colegio Nacional Mixto “Gabino Uribe Antúnez” que funcionó de 1966 a 1971. La primera y la única promoción egresó con el nombre de Promoción “Abdón Máximo Pajuelo Mejía”, conformada de 12 alumnos: 4 mujeres y 8 varones.


     El 18 de junio de 1980, por R.D.Z. N° 0468, fue promovido a Director del Centro Base III Ciclo “Gabino Uribe Antúnez” de Aija. A su solicitud voluntaria, por R.D.D.N°0958, del 31 de agosto de 1983, cesó en este último cargo con 32 años y 6 meses de servicios oficiales a la Nación, los que fueron ampliados por Resolución N°0620 del 6 de julio de 1984 a 36 años y 6 meses de servicios al país en el ramo de Educación; es decir incluyendo los años de formación magisterial.


     Tanto como Auxiliar y Director en la Educación Primaria, cuanto como Profesor por Horas, Profesor Estable de Letras y Director del Colegio Nacional Mixto “Gabino Uribe Antúnez” de Aija se ha desempeñado con eficiencia, honradez y responsabilidad habiendo merecido el aprecio, consideración, respeto y gratitud de los educandos, de los padres de familia y la sociedad entera, quienes lo recuerdan siempre con cariño y admiración a su labor docente y a su persona.


     Por R.D.N° 2960 del 31 de noviembre de 1978 fue nombrado representante del Instituto Nacional de Cultura-INC-FA en Aija, con carácter ad honorem, dado a su capacidad literaria y artística, hasta que, en enero de 1997, fue nombrado Director Provincial del INC-AIJA, siempre con carácter ad honorem, debido a su “condición intelectual de profesor, poeta, escritor, compositor y folclorista”. Además, fue Presidente del Comité Provincial del INC-AIJA, nombrado el 20 de junio de 1997.


     Su inquietud literaria quedó demostrada cuando, el 29 de agosto de 1949, publicó su tema: “Atardecer en mi tierra” en las páginas del diario “La Nación” de Trujillo. Luego desde Cartavio colaboró con los diarios: “La Nación”, “El Liberal”, “La Gaceta”, “La Opinión”, “La Palabra”; desde Aija en el quincenario “La Hora” y “El Diario de Huarás”, “El Departamento”, “Chavín” de Huarás, “La Mies” de Casma. Actualmente colabora con “La Industria” y “Nuevo Norte” de Trujillo, “Chavín Actual” de Lima, el Diario “Ya” y “Prensa Regional” de Huarás, etc. También ha colaborado en la revistas “Ímpetu” de Huamachuco, “Forjando Ancash” de Lima, “Luminaria” de Aija, “Cuaderno de Difusión” y “Queymi”, editadas por el INC-Ancash-FA-Huarás; y hoy, en la Revista “Prensa Ancashina” de Lima, entre otros. Fundó y dirigió la Revista “El Ingenio” N°1 y 2 de La Merced. Fundó y dirigió la Revista “Aija” N°1,2, y 3 con el apoyo de del INC-FA-Huarás. El N°1 fue objeto de plagio integral por parte del mercedino N. Hernández Aguilar, sin autorización del autor y director.


Es autor de varias obras literarias en prosa y verso:


1. En prosa:
– “El Pasado y Futuro del Quechua como Idioma Nacional del Perú” (Tesis universitaria)
– “Estampas y Cuentos de mi Tierra” Tomos I, II y III
– “Los Pastorcitos”
– “Los perros del ande”
– “Carnaval mercedino”
– “La mujer aijina”
– “Las casas del campo - Las fiestas del gran matrimonio”
– “Los Vaqueritos - Diabla fe”
– “Monumentos Arqueológicos de Aija”
– “La agonía de mi madre”
– “Recuerdos de Campo”
En proyecto:
– “Aventuras de un estudiante campesino”
– “Cartavio-Sumanique”
– “Mi novelillas”
– “Las carreteras”
– “Obra ejemplar”, etc.


2. En Verso:
– “Canciones del niño”
– “Las flores de Romero”
– “Los gajos del recuerdo”
– “Así canto en mi tierra”
– “Quenomi kotzu marcacho”


3. Sus obras pedagógicas:
– “La Educación Secundaria Común en Aija”
– “La educación de nuestros hijos”


4. Temas pedagógicos publicados en diarios y revistas:
– “El día del maestro”
– “Plegarias de un maestro”
– “Palabras de un maestro”
– “El estudiante”
– “Mi oración”
– “Loa a la bandera”
– “Preámbulo de una memoria”
– “La educación en las Constituciones de 1933 y 1979”


5. Biografías:
– “Abdón Máximo Pajuelo Mejía”, “Gabino Uribe Antúnez”, “Santiago Antúnez de Mayolo Gomero”, “Guido Antúnez de Mayolo Larragán”.


6. Entrevistas:
– Entrevista Celso Garro Camones
– Entrevista a Julio Ita Valdez
– Entrevista a Epifanía Aurea Roldán


     Además, tiene varios trabajos históricos, biográficos, ensayos, discursos y conferencias, crónicas de viajes de excursiones, de paseos campestres, etc.


     Por último, en el género dramático tiene las siguientes piezas: “El perdón de una madre”, “Arica no se rinde”, “El entreguismo”, “El zapatero remendón”, Dramatización de “La Noticia” de Ricardo Palma.


     Para 1980, el INC-FA-Huarás convocó a un concurso de cuentos, y él presentó su colección de “Cuentos de mi tierra”; el Jurado Calificador recomendó que sus cuentos “Señorita Gripe”, “Achiqué” y “La vieja y el garrote” fuesen editadas por esa institución. La recomendación fue por considerarlos de valor e importancia para conservar la Literatura Oral del Departamento de Ancash.
Asimismo, participó en el Primer Concurso Magisterial de Literatura de Tradición Oral “Víctor Navarro del Águila” ocupando un lugar destacado con su trabajo “Las lluvias de abril”, recibió el premio en ceremonia especial el 22 de setiembre de 1989.


     Maurilio Mejía Moreno también es amante de la música popular y toca la guitarra desde muy joven. Es autor de más de un centenar de canciones que muy bien ya representan a la provincia de Aija.