Mittwoch, 14. März 2012

SEÑORITA GRIPE

Por: Maurilio Mejía Moreno

     Fuerte sequía azotaba a La Merced para diciembre de 1919. En las noches veíase el relampagueo de parpadeantes reflejos luminosos seguidos de un retumbo extraño que oíase desde la Cordillera Blanca del Callejón de Huaylas.
   
Los mercedinos que moraban en las partes altas, mirando al oriente, observaban, frecuentemente, este fenómeno raro que les entristecía en las noches frías y estrelladas. En sus mudas meditaciones suponíanse que aquello era quizás el anuncio de la venida de alguna enfermedad grave o de la triste hambruna. Estas ingenuas conjeturas de los modestos campesinos eran comentadas muy a menudo y empezaron a circular como noticias novedosas y de interés en mi pueblo y en toda la región vertientina de Ancash.

     Dentro de poco tiempo súpose que en Recuay, efectivamente, ya había gran mortandad. A La Merced también llegó la noticia de que a Ticapampa había llegado una Señorita española en compañía de un hermoso galgo flaco, ágil y muy ladrador, y portando en las manos una hoja grande de eucalipto. Decíase, entonces, que esta hermosa mujer era la misma figura de la enfermedad, cuya venida habíase anunciado con rarísimos reflejos nocturnales. A esta extraordinaria mujer la llamaron SEÑORITA GRIPE y decíase de ella que había comido el corazón de su madre, porque ésta, a su vez, se lo había comido el corazón de un carnero, novio de la Señorita de atrayente belleza que, por maldiciones de su madre, convirtióse en una enfermedad. En La Merced comentábase de que en Ticapampa habían matado a balazos al galgo de la bella Señorita, cuyo resentimiento motivó para que, desde ese momento, la terrible gripe se propagara, de noche a la mañana, en toda la población ticapampina. Sin dejar una alma. También en Aija se supo de la presencia de la Señorita Gripe, y los aijinos preparáronse para atajarla. Acordaron no recibirla ni darle hospicio. Por eso no fue raro ver ramas de eucaliptos plantadas en las puertas de las casas de la ciudad aijina. Así lo hicieron para impedir la entrada de la Señorita Gripe. Creyeron que el eucalipto era el remedio de esta gripe, porque la Señorita Gripe portaba la hoja de este árbol que no bien aún se cultivaba en Aija. Pero no fue así. Pues la misma noche que plantaron las ramas, los dueños de las casas así adornadas, amanecieron gravemente enfermos sin tener a nadie que les atienda siquiera con una gota de agua. En vista de ello el señor Gobernador, don Demetrio Pajuelo Mejía, pensó detener la propagación de tan peligrosa gripe. Con tal objeto a toda la gente repartió el creso para que regaran sus habitaciones. Pero fue peor. En la ciudad ya nadie andaba. Todo el mundo estaba enfermo, gravemente. Se dice que quedábanse de sopetón como un “tronco”, sin acción, con alta fiebre, con tos rebelde, con hemorragia nasal o bucal.
   
     Cuando en La Merced sabíase ya de este alarmante suceso que causaba miedo y nervios, en el Caserío de Catzok, en el paraje de Querok, apareció la enfermedad. Y, para fines de diciembre, la mortandad en La Merced estuvo en su apogeo. La gente moría a cada hora, luego de resistir sólo un día de gravedad. El viejo panteón de “San Antonio” de Jekana llenóse pronto, ya que los cadáveres llegaban de todos los centros poblados del valle mercedino, de hora en hora, ya en los hombros de sus deudos, ya en “kirmas” de palos atravesados, sin ataúd ni mortaja, simplemente envueltos en sencillas y ásperas bayetas blancas de lana, atados con sogas de cuero de res o con finas pitas de pencas; algunos llegaban en lomos de asnos como cualquier animal muerto, puesto que ya no tenían ni familiares vivos. Diariamente el cementerio estaba lleno de gente como en el Día de Todos los Santos. El entierro lo hacían hasta de noche. Los sepultureros voluntarios, don Gregorio Manrique y Jacinto Antúnez, se encargaban de enterrarlos conforme podían hacerlo. Después que pasó todo, ellos contaban escenas más tristes y cuadros más horribles que habían visto en los entierros nocturnos.

     Este castigo gripal de triste recordación en mi pueblo y en toda mi Provincia, duró hasta fines de enero de 1920, aunque ya no con la intensidad que tuvo en diciembre anterior. Muy pocos hombres y mujeres habían resistido la visita mortal de la Señorita Gripe. Muy contadas personas habíanse salvado. Algunas recuperaron la salud con bastante lentitud. La Merced, se dice que quedó casi despoblada. Poco sobrevivientes andaban enlutados todo un año, llorando siempre la desgracia que les había azotado con la consiguiente pérdida de los suyos y dando diferentes y antojadizas interpretaciones a las causas de tan maligna gripe que les visitó después de la Primera Guerra Mundial.

     Cuentan que en los carnavales de febrero de 1920, poquísima gente había en mi pueblo. Nadie bailaba. No jugaban. Estaban todos de duelo. Solamente cuentan que el cantor y guitarrista popular de aquellos años, don Pedro Rodríguez, entre lágrimas, cantaba su huayno que hasta hoy se canta, con cierta melancolía, cuya letra es como sigue:
Señorita Gripe
shuyaricallame,
haciendallatarak
disponíscamushak;
cuye palomallatarak
despedicamushak.

(Traducción)
Señorita Gripe
espérame,
a mi hacienda todavía
voy a disponerla;
a mi paloma todavía
voy a despedirla.


(Tomado de “Estampas y Cuentos de mi Tierra”, Tomo I, 1986, Aija-Peru)