Por: Maurilio Mejía Moreno
A
cinco horas y media de viaje desde Aija, se encuentra el caserío de
Ranchín del viejo distrito de Huayán, que ahora pertenece a la
nueva Provincia de Huarmey.
Habiendo
salido del barrio de Rokna de Aija, a las 8.30 a.m., estuve en Colca
de Succha, a las once de la mañana, hora en que un gallo negro
papaleó y luego cantó en el patio de una casa de campo ubicada en
la parte superior izquierda de la nueva carretera de Huarmey al
puente de Huacllán desde donde, ahora, se viaja sólo por la
carretera en construcción hasta el desvío de Akop adonde llegué,
exactamente, a las doce del día para desviarme a Ranchín por el
lado izquierdo de la carretera.
Al
recorrer este trecho de la carretera; es decir, desde el puente de
Huacllán hasta Akop, vi, con desconsuelo, algunos sectores del
antiguo camino de herradura de Aija a Huarmey, que iba casi junto y
paralelo al río Aija, y por el que anduve muchísimas veces. Tuve un
profundo pesar al verlo desde lejos a tan abandonado, destruido y
casi borrado camino de más de cien años de servicios.
El
sol de mediodía demasiadamente ardía. Sin embargo, viajé muy
divertido, ora cantando mis versos, ora silbando las notas del agunos
cantos, y así llegué a Akop de donde me desvié para Ranchín
subiendo por una senda guijarrosa, pendiente, resbaladiza y estrecha,
a la vuelta de varios años de mi última visita a Ranchín querido.
Sudoroso
y siempre alegre arribé a la silenciosa cumbre de Huayarma, a 2,655
m.s.n.m. desde donde distinguí a Ranchín casi en toda su extensión.
Aquí suspiré hondamente recordando de las veces que por allí pasé,
hace años tras los asnos con carga de maíz, otras atrás de un solo
asno, como esta vez, que fui tras de mi Capulina, cuando llevaba
semillas de maíz y de papa para que en Ranchín sembraran los
familiares de mis padres.
Siguiendo
mi viaje a Ranchín, pronto pasé por la pequeña cresta de Callana
Churca desde donde observé a plenitud la hoyada de más declive y
larga de Llipllac Ruri formada por los arroyos de las lluvias que han
originado una zanja larga y estrecha que no sabemos desde cuándo.
Aquí fue que, entrando propiamente a Llipllac Ruri, arriba, a mi
lado izquierdo, en un promontorio rocoso, suspendido en la inmensa
ladera silenciosa, ladró un perro sorprendiéndome sobremanera, y,
difícilmente, distinguí a trece cabras que, reunidas en aquel
pequeño promontorio, rumiaban echadas. Al verlas, inmediatamente, me
recordé de las cabras de mis padres que pacieron en los prados de
Romero y Taurimpa, y de las cabras de los Montes Pirineos de Europa,
que leí en la obra “Leyenda de los siglos” del romántico
francés Víctor Hugo.
El
caminillo de Llipllac Ruri, apenas de 0.20 de ancho, alárgase,
serpenteante, por las faldas de esta empinada montaña. Debido a la
angostura de esta vía, por aquí se camina cuidadosamente porque, de
lo contrario, uno puede rodarse como la pelota hasta llegar abajo al
río Aija que, desconsolablemente bramando, baja por la profundidad
de Hueca y Hualli Ruri.
Al
fin, a las dos de la calurosa tarde, llegué a Ranchín, exactamente,
en cinco horas y media, encontrándome allí con mis sobrinas
Anatolia Camones Anaya y Guadalupe Manrique Oncoy.
RANCHÌN
es un caserío del distrito de Huayán. Se encuentra entre 2,500 a
2,800 m.s.n.m., rodeado por los cerros de Tzintzac Punta, Apu Chincha
y Yuraka Huanca al este; Carquínpunta y Sanchiquilla al sur; río
Aija al noroeste, norte y oeste; y los lejanos cerros de Pecap y
Pishkopunta al oeste; Huéllac, Manllashpunta y Mulluhuanca al norte.
Ranchín
tiene clima muy templado y sus habitantes se dedican a la agricultura
y ganadería desde muchísimos años atrás. Crían vacunos, ovejas,
asnos, caballos, mulos, aves de corral, cabras, etc. y sus tierras
producen: maíz y trigo en buena cantidad y mejor calidad. Es zona
eminentemente maicera y triguera. también produce frijol, ají,
habas, cucurbitáceas, ajos, cebollas, alfalfa, camote, tunas,
nogales, etc., que son productos propios de la zona y del clima.
Tiene más de 200 habitantes. Cuenta con una escuela, desde muchos
años, y una iglesia y el local comunal en construcción. Después
del sismo del 31 de mayo de 1970, sus habitantes se han ubicado en
Guacoy, a 2,610 metros de altitud, junto a las ruinas no tan
importante de Guaquí Kotu.
En
Ranchín están los lotes de las tres hermanas: Juana Mesías,
Gregoria y Fausta Moreno Rodríguez, biznietas del Dr. Gabino Uribe
Antúnez que, como todo hombre tuvo una barragana llamada Marina
Moreno en la que tuvo un hijo llamado José Rufino Moreno, mi
bisabuelo.
El
Doctor Gabino Uribe Antúnez fue un respetable acaudalado debido a
que, en 1809, estando en Aija, “ya sacerdote y licenciado” actuó
como “árbitro en la división y partición” de los bienes de su
abuelo materno don José Antúnez quien había solicitado sus
servicios para que entregara sus partes a sus hijos. Además, le
confirió su poder para la administración de todos sus bienes.
Posiblemente ésta fue la causa para que el Dr. Uribe aumentara más
fortuna, llegando a ser otro de los acaudalados de prestigio, pues
fue dueño de una casa en Pillao de Aija, que compró de doña
Isidora Palacios; fue dueño de las haciendas de Livín Chico y Livín
Grande y de las tomas de Huahuayoc, de las haciendas de Cuscus,
Mandinga, Lecheral y Huamba, en el valle de Huarmey, de las cuadras
de El Ingenio, en La Merced, de una casa de dos pisos y un callejón
de 40 cuartos en la calle La Soledad, de la ciudad de Lima, y también
de los pastos de Cuncag en el pueblo de Quishuar.
El
ilustre aijino Dr. Gabino Uribe Antúnez, fuera de que fue eminente
religioso, doctor en ambos derechos, filántropo, patriota, prócer
de la independencia nacional, Canónigo Doctoral de la Metrpolitana
de Lima, Benemérito de la Patria en Grado Heroico y Eminente, primer
intelectual aijino, etc., fue también un noble agricultor que bien
supo dirigir la producción permanente y eficiente de las tierras de
cultivo de su propiedad para lo que mandó construir las tomas de
regadío que aún existen en ambos lados del río que riega el amplio
valle de Huarmey.
Antes
de morir, estando ya anciano, en prueba clara de su filantropía, en
abril de 1858, a título de donación “pre causa mortis”, por
ante el notario de Huarás don Leonardo Figueroa, adjudicó a Aija su
casa de Pillao “para que sirviese de local de la escuela de niñas”,
que él mismo la fundó y pagó a la preceptora que la dirigía; sus
haciendas de Livín Chico y Livín Grande, incluso las tomas de
Huahuayoc, legó a su sobrina María Gomero, con la condición de que
pagara el sueldo de la preceptora la suma de 12 pesos mensuales. La
toma de Cuscus de su Congón dejó para su sobrino don José María
Huerta para que anualmente trajera a Aija 15 cargas de maíz para
distribuir entre los pobres de Aija, obligación que fue cumplida por
varios años. Además, su casa de dos pisos y el Callejón de 40
cuartos de las calle la Soledad de Lima, dejó para el Seminario de
Santo Toribio de Lima con la condición “de mantener y educar”
allí, gratuitamente cada año, “a dos jóvenes pobres de su
parentela o de cualquiera de los pueblos de la doctrina de Aija”
Este regalo era para los que quisieran estudiar ciencias, que la
Municipalidad de Aija haría cumplir esta obligación. De esta manera
se ve que la Municipalidad de Aija tenía la facultad de recaudar y
administrar los fondos provenientes de sus dejaciones, así como
nombrar y pagar preceptores de la escuela de Pillao, y designar a los
dos jóvenes que debían ocupar las dos becas del Seminario Santo
Toribio, etc. Pero, desgraciadamente, sabemos que el individuo Manuel
Uribe, pasándose por sobrino, logró la voluntad del testador a su
favor. De este modo, se ve que el 20 de noviembre de 1863 –dice un
autor– “revocó efectivamente, entre otras, la donación de
Livín, la de la toma de Cuscus y la de la casa y callejón de 40
cuartos de la calle La Soledad, en Lima, dejando subsistentemente en
favor de Aija, sólo la casa de ese pueblo para la escuela”.
También dispuso las diez cargas de maíz para los pobres de Aija,
“cosechados de las haciendas de Huamba, cuya donataria, Juana de
Mata Huerta, su sobrina, y sus herederos, debían ponerlas
perpetuamente en Aija”. En cambio, el seudo sobrino del ilustre
Canónigo, resultó heredero de los mejores bienes de mi tatarabuelo,
y el albacea y legítimo heredero del gestador, mi bisabuelo don José
Rufino Moreno, sólo se conformó con pequeños bienes que recibió,
entre ellos los terrenos de Ranchín, y, al morir dejó para mi
abuelo don Mariano Visitación Moreno Gomero, y las haciendas de
Cuscus, Mandinga y Lecheral había dejado para sus tres nietas Juana
Mesías, Gregoria y Fausta Moreno Rodríguez que no lograron
poseerlas, dada a las acciones maquiavélicas de los tinterillos más
necesitados y de mala ley. De esta manera es que, mi tatarabuelo Dr.
Gabino Uribe Antúnez a pesar de su notoria y valiosa filantropía,
aún es considerado como Filántropo Olvidado, como lo es también
Prócer Olvidado.
Hay
más aún: sus bienes inmuebles de Ranchín él dejó para sus
familiares: Uribe, Sifuentes, Rodríguez, Antúnez, Moreno, Gomero,
Bojórquez, y parte para su nieto Mariano Visitación Moreno Gomero
de quien heredaron mi madre y mis dos tías los tres lotes de terreno
de Pullpi Jircán, que los naturales llaman con el curioso nombre de
potrero de “Puca Toru” con la creencia de que mi padre iba desde
Huacna a sembrar allí, sólo con toros colorados, lo que es falso
totalmente, ya que éste fue apodo de mi abuelo, que, como me contó
mi madre, un buen día de otoño, al infante Mariano Visitación,
sólo de dos a os de edad, que vestía un pañal rojo, una faja roja
y una gorra también roja, súbitamente, se le ocurrió gatear y dar
mugidos y ronquidos imitando al toro, en esta forma:
– Muuuummmm...
huuuummmm... Muróoó... muroooó... Huuummm... huuummm.
La
imitación fue tan igual a la voz del toro, lo que sorprendió a sus
padres que estaban en el patio de la antigua casa de Kakapaqui, y, al
darse cuenta de la imitación tan original del niño, ñatos de risa,
expresaron:
– Jakgé
Puca Toru yecaramun...
Desde
ese momento al niño Marianito ya no le llamaban por su nombre de
pila sino por “Puca Toru” (Toro colorado), y así fue hasta su
muerte. Por eso es que a todos sus descendientes nos llaman por
“Puca Toru” en todo Huayán y, sobre todo, en Ranchín de mis
gratos recuerdos que lo visité aquel cuatro de agosto de 1993.
(De
“Estampas y Cuentos de mi Tierra”, tomo III, Aija-1999)