Por: Maurilio Mejía Moreno
La
mañana del 13 de julio de 1994, doña Claudia, de paso a su casa,
someramente me enseñó una rara figura pintada en una roca que hay
en un sector roqueño entre Angel Cruz y Yanahueco. Ella dijo que era
el retrato de un diablo. La indicación me sorprendió sobremanera,
despertando, al mismo tiempo, mi interés de volver a observar mejor
en otra fecha.
En
consecuencia, el 28 de febrero de 1995, al hacer el segundo viaje a
la lejana cumbre de Mulluhuanca, a las doce del día estuve de nuevo
en aquel lugar para decir que, en verdad, la figura tan extraña está
grabada en una roca ubicada a tres metros de la parte superior
izquierda del camino de herradura de Aija a Huarmey, que serpentea
por la falda occidental de la inmensa montaña rocosa de Pirurupunta,
a tres cuartos de hora de viaje pedestre desde la ciudad de Aija, a
3,140 m.s.n.m., y aproximadamente, a 400 metros de altura del
precipitadero del lecho profundo y estrecho del río Aija, en la
hondonada de Boleo Ruri.
La
roca tiene una cara plana e inclinada hacia el camino y mide 1.50 de
largo por 1.20 de ancho. En esta parte plana y blanquizca,
naturalmente protegida de la lluvia, está pintada la figura de un
hombre a caballo. Claramente se ve la cabeza de un caballo, alto y
flaco, que mira hacia el norte, con cuello alargado que en su parte
superior sólo presenta las negras crines y la parte inferior del
mismo es propiamente blanca igual que el resto de todo el cuerpo; las
orejas apenas se distinguen por chicas, siendo la oreja derecha algo
más visible por erecta; en la cabeza, además sólo se observa los
ollares negros o casi oscuros; las patas delanteras solamente se ven
negras y delgadas; en cambio, las patas traseras, igual que la cola,
no aparecen a la vista.
Este
misterioso caballo lleva sobre el lomo a un extraordinario hombre con
cabeza de un gallo con negra cresta perfectamente delimitada y con el
cuello alargado de color negro. El hombre lleva una capa negra,
grande, puesta del hombro para abajo lo que da la apariencia del
cuerpo completo del hombre que parece ser un jinete que tiene la
pierna izquierda con el pie encajado en el estribo pendiente de la
acción; el pecho del diabólico y aparente jinete es blanquecino por
ser el mismo color del resto de la peña sin pintura.
He
aquí el misterioso retrato del diablo pintado en una roca de la
fragosa montaña de Pirurupunta por cuyos precipicios pasa el viejo
camino a Huarmey, y, a donde, aquel dichoso día, dos bellas damas
se presentaron, y cuando les pregunté:
– ¿Qué
figura es esta? - la más joven de las pasajeras me contestó:
– ¡Es
la del diablo! - y luego se fue con la sonrisa a flor de labios.
(De “Estampas y Cuentos de mi Tierra”, tomo III, Aija - 1999)